Cuando invitamos telepaticamente al otro/a, a hacer “eso” que no queremos que haga.

Parece un sinsentido.
Si no quiero que haga algo ¿como puede ser que lo invite a hacerlo?
Loco/a no estoy!!
No es que estés loco/a, es que no te pasaste en limpio todavía y hay subpersonajes tuyos que quieren una cosa y subpersonajes que quieren lo opuesto.
Y si no tenemos ese conflicto en la consciencia, lo cual cuesta trabajo, simplificamos nuestra vida mental reprimiendo a uno de los dos.
Reprimir no hace desaparecer a lo reprimido, solo lo saca de la conciencia.
El no reprimido queda como la historia oficial, eso que queremos.
El otro es el que lo llamamos el subpersonaje saboteante, poque como dije recien, no deja de existir, solo que “piensa, siente, se emociona y planifica” desde el inconsciente, y por lo tanto una de las estrategias que utiliza es enviarle mensajes telepáticos al otro de “por favor hace eso que el tipo/a este dice que no quiere pero que desde MI si que lo quiere”
Y como los mensajes telepaticos van de inconsciente a inconsciente, el inconsciente del otro/a al recibir este mensaje queda como hipnotizado y luego va y hace “eso” convencido de que lo eligió hacer cuando solo esta cumpliendo el mandato de SU subpersonaje inconsciente hipnotizado por TU subpersonaje inconsciente
Después vos pones el grito en el cielo : “como fuiste capaz de hacerme eso”?!!!
Y la otra persona o racionaliza su proceder o dice “la verdad no se que pensé, perdoname”
Y ahora oficialmente el es el victimario y vos la victima
Pero la historia real es que vos lo invitaste a actuar de tal forma, el otro tenia terreno fértil para aceptar la invitación, o ya lo reclutaste justamente PORQUE tenia ese terreno fértil y juntando un buen reclutamiento intuitivo sumado a tus invitaciones telepáticas desde tu inconsciente a su inconsciente, tu subpersonaje reprimido al final LOGRA VIVIR LA EXPERIENCIA que quería vivir,
Que diferente se ve la vida cuando entendes todos estos mecanismos ¿verdad?
“Semi-victimas y semi-cómplices como todo el mundo” decía Simone de Beauvoir, la pareja de Sartre.

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