Ayer cuando pasamos a visitar el hotel Luxor (Las Vegas) vimos que había una exhibición sobre el Titanic y entramos a verla.
Fue interesante.
Muestran piezas originales rescatadas del barco, en una de las salas de la exhibición hay una reproducción exacta de la escalinata principal del barco, esa en la que bajaban los ricos de primera clase para ir a cenar, esa en que Kate Winsley baja y luego tienen la primera cena con Di Caprio etc.
Se muestran reproducciones de los camarotes de tercera y de primera clase y te van llevando a imaginarte como era vivir en esa época al ver tantos objetos antiguos originales rescatados del naufragio y mostrados en esa exhibición.
En la última sala de la exposición hay un enorme mural con los nombres de todos los que viajaron en ese fatídico viaje divididos en tres columnas según si estaban en primera, en segunda o en tercera clase, y a su vez cada columna está dividida en dos, los que fallecieron y los que sobrevivieron.
En toda la parte previa de la exposición quedaba de manifiesto los privilegios de la riqueza, desde la vajilla usada por la primera clase mucho más linda que los que usaban los de tercera clase hasta la comodidad de los camarotes, lujosos para la primera clase, hacinados para la tercera clase.
Pero cuando se llega a esa sala final y se analizan los nombres uno puede apreciar que la diferencia entre quien murió y quien se salvó no dependía de la riqueza sino del género.
Se salvaron las mujeres muchiiiisimo más que los hombres, o sea si eras mujer tenías mucho más privilegio para salvar tu vida que si eras hombre, aún si eras una mujer pobre frente a un hombre millonario.
“Primero las mujeres” fue la consigna para asignar lugares en los pocos botes salvavidas.
Si el hundimiento del Titanic fuese hoy, no habría ninguna ventaja en ser mujer, los hombres no lo permitirían. Somos todos iguales y tenemos todos los mismos derechos exigirían los hombres a quienes se pretendería dejar a bordo a su muerte “solo por ser hombre”.
Lo cual me llevó a pensar y preguntarme que otras cosas han perdido las mujeres gracias a ese concepto de que “somos todos iguales”.
No hay duda al menos para mi, de lo mucho que ganaron las mujeres por el feminismo.
La pregunta es cuantas cosas las mujeres perdieron en el camino por esa ideología llevada al extremo radical de considerar que hombres y mujeres somos iguales en lugar de valorar las diferencias y de valorar lo femenino tanto como lo masculino (como cosas diferentes e igualmente valiosas).
Creo que muchas personas confundieron igualdad de derechos con la idea “unisex” de la igualdad de género, lo cual es, en mi opinión, un garrafal error y un retroceso en la calidad de vida para las propias mujeres, y no un avance.
Al menos para muchas mujeres que estarían mucho más felices valorando sus aspectos femeninos que meramente validando sus derechos para adoptar los roles masculinos.
Creo que entre esas cosas que se perdieron en el camino es el poder sentirse “protegida” por su hombre, y creo que una parte esencial de la masculinidad es el deseo de proteger a su mujer y una parte esencial de la femineidad es el deseo de sentirse protegida por su hombre.
Es cierto que el poder del hombre se usó muchas veces para aplastar a la mujer en lugar de protegerla y es entendible el impulso que llevó como reacción a que la mujer buscara roles tradicionalmente masculinos para poder “protegerse a sí misma”.
Solo que todo lo bueno, exagerado en la dosis, se torna tan perjudicial como la carencia de eso (la comida con carencia de sal es desabrida, pero si te pasas de dosis de sal queda mal y si te pasas mucho queda incomible).
Leticia, que toda su vida fue una mujer económicamente independiente y aguerrida y que se sabía desenvolver por sí misma en la vida, tenía este concepto intuitivamente claro. En nuestra primer conversación le pregunté “que es lo que más valorarías de un hombre a la hora de formar pareja”?. Me contestó: “protección”.
Y fue así. Antes de conocerme había aprendido a ser una mujer fuerte e independiente pero solo conmigo aprendió las delicias de la femineidad de sentirse protegida por su hombre.
El Titanic y el feminismo radical
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